Claudio Rodal Tenorio
Cerca de 1000 millones de personas en el mundo viven con un trastorno de salud mental (TM). Por si estas cifras no fuesen lo suficientemente significativas, la Organización mundial de la salud (OMS), estima que una de cada cuatro personas sufrirá un trastorno mental a lo largo de su vida. Sin duda, estamos ante unas cifras escalofriantes. Con todo, más adelante matizaremos estas mismas cifras hablando del aumento progresivo de las enfermedades mentales en los últimos años y del sobrediagnóstico.
Las personas que sufren algún trastorno de salud mental, además de tener que hacer frente a lo terrible que supone muchas veces el propio trastorno, tienen que enfrentarse a algo todavía más difícil de superar: la discriminación y el estigma. Muchas veces, los TM son invisibles, y los prejuicios y la falta de conocimiento de ellos de la población general puede hacer la vida en sociedad de la persona mucho más complicada.
Dentro de las múltiples definiciones que podemos utilizar para definir el estigma me quedo con la del sociólogo Goffman que define el concepto como “una situación del individuo inhabilitado para la plena aceptación social”, es decir, convierte a alguien en diferente con connotaciones negativas, produce descrédito asociado a un fallo o una desventaja.
Lo anterior, se genera por la recurrencia apelativa de etiquetas como “esquizofrénico”, “autista” o “depresivo”, entre otras muchas, generando una inseguridad constante en la personalidad del ser humano, y creando una sensación (muchas veces tan solo impuesta socialmente), de discapacidad.
Mucha gente cree que las personas con trastornos de salud mental, por ejemplo con una esquizofrenia, son violentas y peligrosas, cuando la triste realidad es que corren más riesgo de ser atacadas o de hacerse daño a sí mismas que de hacer daño a otras personas.
La lucha contra el estigma existente en nuestra sociedad debe ser uno de los factores claves de los planes de la salud mental en la próxima década. Es necesario garantizar los derechos y dignidad de estas personas y señalar la estigmatización como el factor clave que dificulta sus cumplimientos.
Es evidente que todavía persisten en nuestra sociedad actitudes discriminatorias hacia este colectivo pese al avance importante en los derechos humanos que hemos realizado. Continuamente observamos en un sector importante de la población (que muchas veces encuentra eco en los medios de comunicación), fruto de estereotipos y prejuicios, estas actitudes, que no hacen sino estigmatizar y que constituyen una barrera para el ejercicio de los derechos y la integración en sociedad de un ser humano que, de repente, se encuentra con penurias y sufrimientos no derivados del trastorno. Buenos ejemplos de esto son la bajas tasas de empleo de este colectivo, la dificultad de acceso a recursos como pisos tutelados o residentes de salud mental o, en términos más amplios, la discriminación social.
El estigma es la consecuencia que estas creencias, actitudes y comportamientos dejan en la personan que sufre un trastorno mental y en todo su entorno. Además crea un contexto en el que la persona afectada tiene que afrontar la enfermedad en condiciones de precariedad y empobrecimiento personal, que dificulta la autonomía y los procesos de recuperación propias y de todo el colectivo.
Desde que se acuñó este término, todavía se está fraguando a fuego lento el cambio, un cambio que necesita de todos los sectores sociales: política, familiares, vecinos, entorno laboral, medios de comunicación, etc.
Con todo, si tuviéramos que señalar un punto de inicio, deberíamos comenzar por el lenguaje. Es fundamental evitar el empleo de palabras que puedan contribuir a fomentar estereotipos negativos. Los medios de comunicación tienen una gran influencia en todo lo que ocurre e influyen en cómo piensa la sociedad, por eso deben ser los primeros en utilizar una lenguaje que evite generar o mantener prejuicios.
Una persona que vive con un trastorno de salud mental es muchísimo más que su experiencia o su diagnóstico. De la misma forma que cada uno de nosotros nos sería imposible describirnos con una sola palabra, es fundamental no categorizar y evitar el uso del lenguaje diagnóstico. Podemos utilizar expresiones como: “es una persona con un trastorno de salud mental” o “los usuarios de servicios de salud mental” en lugar de “esquizofrénico” o “depresivo”.
Cuando estamos hablando sobre la salud mental de una persona, es mejor hablar sobre lo que esa persona está sintiendo y experimentado en lugar de utilizar palabras que encasillen a la persona en una categoría psiquiátrica. Sabemos que términos como enfermedad o trastorno pueden ser útiles para buscar apoyo o iniciar un retratamiento, pero también pueden dificultar tremendamente nuestra comprensión de la angustia como un amplio espectro de experiencias, sentimientos y emociones. Por lo tanto, y en resumen, resulta imprescindible no vincular la identidad de una persona a un trastorno.
Para empezar a trabajar el estigma e intentar superarlo es fundamental realizar psicoeducación a los jóvenes desde que empiezan la escuela obligatoria. Puede ser muy útil realizar campañas de información sobre mitos y realidades y campañas de concienciación tanto en centros educativos y sociales como en los medios de comunicación, usando de estar manera todos los medios a nuestro alcance en aras a conseguir una sociedad más respetuosa e inclusiva.
A continuación hablaremos de las características asociadas en nuestra sociedad a los trastornos mentales que constituyen el núcleo de los estigmas que, a lo largo de este libro, intentaremos señalar, analizar y combatir.
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