stop, drug addiction

Binomio drogas-estigma

En las últimas décadas, además de la ya conocida estigmatización de los enfermos mentales, hemos podido observar cómo se ha producido algo muy parecido en el VIH/SIDA, por la propia enfermedad o incluso por las características personales de quien lo sufra. Por el mismo motivo, las personas que tienen un trastorno debido al uso y abuso de sustancias, con todo lo que esto ya implica, son sufridoras del mismo fenómeno.

Sucedió en un determinado momento que se consolidó el binomio VIH/Drogas que aumentaba más este terrible prejuicio. Como sabemos, la sociedad tiende a crear categorías y en ellas cada uno de nosotros estamos encasillados. Además, los medios de comunicación favorecen estas construcciones y creencias. Observamos en nuestro día a día la tendencia a etiquetar de forma negativa a las personas que padecen un trastorno adictivo donde sólo nos fijamos en la parte negativa y reseñamos su condición como parte importante de la noticia, aun cuando la enfermedad no sea motivo de lo sucedido.

En mi opinión, el proceso de la construcción de este estigma es siempre arbitrario, cultural y nace de una imperiosa necesidad de censurar a aquellas personas que se desvían de lo que la sociedad entiende como normativo y adecuado. Esta estigmatización convierte a la persona drogodependiente en un ser sin personalidad, puesto que su definición social se establece por comparación con los no consumidores; esta comparativa sirve para fijar su posición social como alguien diferente e incluso inferior. El propio consumo por sí mismo ya genera un brutal deterioro del entorno social y laboral, al vivir la  persona la vida a través de la sustancia, generándose un estilo de vida psicosocial acorde con su nueva situación y su nuevo rol.

El consumo de alcohol (el catalogado como consumo nocivo no social, porque ese está muy bien visto), como de cualquier otra droga, hace que la persona tenga conductas no adecuadas al constructo social de la cultura a la que pertenecen, pudiendo surgir enfermedades físicas o psíquicas que les alejen de esa normalidad que tanto reclama la sociedad. En ocasiones además, aparecen de por medio conductas delictivas, bien sea por necesidad o como consecuencia del consumo. Esta realidad les relaciona indefectiblemente con la concepción general de accidentabilidad, maltrato y delincuencia, unas etiquetas de las que son portadores.

La sociedad es extremadamente dura en este sentido, ya que califica a estas personas de viciosas, vagas o delincuentes, sin tener en consideración que estas personas han perdido el control sobre sus actuaciones y, lo que es más preocupante, su propio control. La hipocresía también la observamos en que normalmente el estigma es menos para los consumidores de drogas legales, esto es, droga o alcohol, en cuyo caso, muchas veces se asocia el consumo con conductas positivas y los que sufren estigma son los que declinan abiertamente la práctica de su consumo.

La lucha de diferentes colectivos por romper el estigma de algunas cuestiones como el género, las enfermedades mentales o el sida, tiene que servir de ejemplo y guía para intentar romper con el estigma de las personas que sufren adicciones.  

El uso de sustancias psicoactivas suele ir asociado a una carga pesada de simbolismo. Este tipo de sustancias suelen ser productos de prestigio pero atraen el estigma y la marginalización de forma universal.

Los procesos de estigmatización incluyen el proceso íntimo de control social entre familiares y amigos, decisiones sociales de salud y decisiones estatales. Aquellos que están en tratamiento por problemas de alcohol o de otras drogas son marginados con frecuencia y de forma desproporcionada, lo que produce unos resultados negativos en el proceso terapéutico.

Es fundamental evitar la falta de comprensión hacia las personas con un trastorno por adicciones ya que la gran mayoría de estas personas sufren un fuerte rechazo social y son marginados y estigmatizados. Tampoco debemos olvidar que el estigma y sus consecuencias aumentan cuando se trata de una mujer o si el adicto tiene alguna enfermedad física y, sobre todo, mental asociada, es decir, cuando existe una comorbilidad de distintas alteraciones, enfermedades o trastornos.

Uno de los hechos más salientables y recientes, es la definición de la OMS por la que los adictos pasaban a considerarse enfermos, con lo que las personas adictas pasaban a tener el mismo derecho asistencial que cualquier otro tipo de enfermo. Con esto, se ha permitido que más personas reciban una respuesta asistencial integral, a pesar de que todavía nos queda mucho margen de mejora.

La definición previamente citada de la OMS del concepto de salud entiende el mismo como el estado pleno de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad. Esto es muy importante, ya que no solo cuenta el buen estado físico, sino también cómo nos encontramos psicológicamente y cómo el entorno nos influye,  hechos todos primordiales que debe considerar cualquier persona con un trastorno adictivo desde el modelo biopsicosocial vigente en la atención a estas personas.

Las instituciones y profesionales que trabajamos con estas personas muchas veces reforzamos el propio concepto de estigma y el Estado muchas veces no se preocupa por invertir en la recuperación de estas personas. Sin embargo resulta lógico pensar que cuanto más se aumente la inversión en prevención, más ahorraríamos los costes de todas las dimensiones que se ve afectadas en el caso de las personas con adicciones: las sociales, asistenciales, recursos administrativos…

En este caso, al igual que en muchos otros, la red social que apoya a un adulto con abuso de sustancias también se ve plagada de estigmas. Esto tiene una consecuencia nefasta para el consumidor, puesto que la red social, en ocasiones pierde capacidad para ayudar a la persona implicada, además de perder su propio bienestar.

Ahora, desde un punto de vista más humano vamos a ver algunos testimonios de personas con adicción que nos hablan sobre su enfermedad y el estigma que lleva asociado.

Raquel, 36 años

«Yo controlo»

La famosa frase que tantas veces hemos dicho y escuchado. «Yo no me voy a enganchar», «Yo sé de qué va esto», «Yo sé hasta dónde puedo llegar», «Yo nunca voy a terminar como fulanito o menganito NUNCA»

Bueno, pues esto, obviamente también lo pensaba yo. Empiezas con unas invitaciones, luego ya te juntas con alguien y empiezas a pillar medio gramo. El círculo se va ampliando y de ponerte en alguna fiesta “muy especial” pasas a construir fiestas y eventos los fines de semana simplemente porque quieres volver a estar colocada.

Pasan en muchos casos meses, pero en otros años.

Yo fui consumidora de cocaína durante 12 años y claro, YO TAMBIÉN CONTROLABA. MENTIRA. No se controla. Después de 12 años de consumo, al principio esporádicamente y en pocas cantidades y al final pasé a los granos como la nieve en la sierra, a puñados, hasta terminar queriendo morirte.

A día de hoy, después de más de 8 años limpia, puedo decir que se destruyó un matrimonio, una familia, muchas amistades y mucha salud. Pero con todo, hay maneras de salir. Hay especialistas, está la familia y, sobre todo, lo que marca la diferencia: la fuerza de voluntad de cada uno.

Entiendo la destrucción de mi matrimonio, porque pasé de dedicarle tiempo a mi pareja, que era mi prioridad, a salir de noche con los amigos. La responsabilidad es mía, pero mis amigos y mi familia huyeron cuando les conté mi problema con el consumo. Ahí apareció el estigma. Yo les decía que estaba enferma, pero ellos me achacaban mi “error” por engancharme y no me apoyaron en absoluto (salvo contadas excepciones). Estoy segura de que si fuera un diagnóstico de cáncer o alguna otra enfermedad grave, ellos estarían conmigo al pie del cañón.


Sólo digo una cosa, cuando se deja, la vida vale más, las pequeñas cosas valen más y tú mismo vales más, pero cuesta tanto dejarlo…, que nadie se engañe, esto mata, pero no sólo a la persona sino a todo lo que le rodea.


Oscar, 23 años

«Empecé a fumar cannabis con 14 años, sólo lo hacía de vez en cuando y siempre en compañía. Nos reuníamos todos, supuestamente, para jugar a las cartas, pero en realidad lo que nos llevaba allí eran las ganas de fumar. Aunque esto lo veo claro ahora, porque antes creía que controlaba. Me encantaba esa sensación de pasarnos el porro, me hacía sentir muy unido a mi gente. Años después, comencé a fumar a diario, sólo por las noches, para acabar, más tarde, fumando entre seis y ocho canutos diarios. Sé que muchos pensareis que no es tan grave, que los porros no tienen tantos efectos perjudiciales como otras drogas, y puede que así sea, (aunque hay informaciones muy dispares al respecto), pero lo peor es verte convertido en su esclavo. Yo no concibo la vida sin cannabis, no sé estar en mi casa sin fumar, ni tampoco en la calle. Algunas novias que he tenido se han acabado cansando de mi apatía, de verme siempre tirado en el sofá, metido en mi mundo, porque en ese momento me apetecía más eso que salir a cenar con ellas. He pasado largas temporadas desconectado del planeta, fumado, metido en mi casa y sin llamar a nadie, porque nada me motivaba más, ni ver a mi gente, ni cualquier plan, que estar fumado. Es verdad que no todo el mundo acaba así, hay quien puede ser más moderado, pero hay otros muchos, como yo, que no sabemos, no queremos o no podemos. Espero que este no sea nunca tu caso. No banalices la adicción psicológica al cannabis, puede ser igual o más fuerte que la de drogas aparentemente más peligrosas.»


Clemente, 24 años

«La triste realidad es que era demasiado joven y me dejé llevar por las circunstancias y por qué no decirlo, por los amigos… A mis 17 años me veía allí plantada, inclinada sobre la mesa mirando aquel polvo blanco, accedí a la invitación y esnifé mi primera raya de coca en aquella larga noche donde caerían los gramos a pares. Fue el principio de los 5 años que duró mi pesadilla, presa de mis mentiras, de robos de dinero en casa, de días sin aparecer ni dar señales de vida, de abandonar mis estudios, la culpable de los llantos y las penas de mis padres… Una agonía que mata en vida, pero es tu vida hasta que no decides lo contrario y quieres cambiarla.
Desear morir y morirte es lo mejor que te deseas cuando estás enganchado a la cocaína, no se puede vivir sin ella. ¿Alguien se imagina poder vivir sin aire? Los ataques de ansiedad te oprimen el pecho cuando te terminas la última bolsa, ya no hay más dinero pero necesitas más y más y más… Te desesperas, el corazón late con una fuerza descomunal, la nariz llena de sangre y heridas producidas por los cortes que genera la coca al esnifarla, no comes, no duermes, la depresión es tu pan de cada día… En el infierno se puede estar mucho mejor, creedme.
Ahora tengo 24 años, mi existir en este mundo ha cambiado desde que afronté mi enfermedad y abrí los ojos. Busqué el apoyo de mis familiares y ayuda en un Centro de Adicción a Sustancias (CAS), junto con todos ellos y mis ganas de superación hoy puedo gritar que: ¡SOY EX-COCAINÓMANA! Llevo 2 años y medio sin consumir y así me mantendré hasta el día en el que me muera, porque mi vida vale más que ese maldito polvo blanco. El peor momento fue sin duda contárselo a mis familiares y amigos, me sentí juzgado como nunca, débil por caer en esa tentación y estoy seguro de que me noto completamente sano y seguro de no recaer. Soy consciente de que esa etiqueta de drogadicto quedará marcada para siempre en la gente que me conoce y me quiere.»


Eladio, 24 años

«Tengo 24 años y de vez en cuando consumo cocaína y pastillas. Lo cierto es que me lo paso mejor, bueno, mejor dicho, pienso que me lo voy a pasar mejor, pero, en realidad, si lo analizo, no es así. El problema es que no tengo límite, cuando salgo, salgo hasta las mil, cuando practico deporte, lo hago hasta quedar reventado y cuando salgo, me pongo hasta que se acaba toda la bolsa. Luego no puedo ni hablar y, menos aún, ligar, porque menudo susto se llevaría cualquier tía al verme en ese estado. Lo único que hago es bailar desenfrenadamente hasta que cierran. Cuando llego a mi casa, me siento mal, pienso que si mis padres lo supieran se sentirían poco orgullosos de mí. Me planteo que el próximo fin de semana ya no me voy a poner más, pero cuando llega, nos reunimos los colegas y volvemos a pillar. Pienso que no estoy muy enganchado, pero reconozco que a veces me da miedo que este círculo no se rompa nunca. En fin, yo no os voy a decir lo que debéis hacer, pero si pudiera volver atrás creo que no la probaría, para así evitarme estos quebraderos de cabeza.»

Eva, 22 años

«Hola, me llamo Eva y tengo 22 años. Probé la cocaína con 18 años por dos razones: por curiosidad y para que mi novio de aquel entonces me considerase «enrollada». Vaya falta de personalidad, pensareis… pues sí. Ahora me doy cuenta de que a veces resultas más interesante cuando tienes tus ideas claras y tu propio criterio, pero en esos tiempos era una niñata. Nunca llegué a pasar de dos o tres rayas por noche, porque nunca me ha gustado perder los papeles, sin embargo, cada vez que salía me apetecía y entonces, me empecé a asustar. No quería tener esa atadura, quería poder salir sin pillar, recuperar el control de la situación, así que me lo propuse y lo conseguí. Mi ex-novio, sin embargo, está súper enganchado y sus colegas también. Alguna vez me los he encontrado y dan un poco de pena. Lo que antes me parecía interesante de él, ahora me parece inmaduro. Y, sinceramente, le auguro un final un poco trágico, porque no ha querido estudiar, se dedica a pasar coca y pastillas y como gana dinero no tiene ninguna otra aspiración.
Yo creo que no a todo el mundo le afecta la droga de la misma manera, unos acaban enganchados y otros se dan cuenta a tiempo y ponen el freno, pero lo que está claro es que entrar en este mundo es andar sobre arenas movedizas, porque no sabes en qué grupo vas a estar tú…y te aseguro que todo el mundo piensa que está en el segundo, (incluido mi ex-novio). La cuestión es que cuando estás enganchado y lo ves/ven desde fuera la etiqueta que te queda es para toda la vida, y lo que sucede en realidad es que estás enfermo. Muy enfermo. Esto es de las peores cosas que hay en el mundo.»

Como vemos con estos testimonios, la relación que existe entre el estigma de la salud mental y el de las drogas y adicciones es demoledora. Ambas situaciones multiplican la vulnerabilidad de la persona en cuanto a la posibilidad de ser discriminada, tener menor acceso a recursos adecuados, menor red de apoyo y oportunidades socio-laborales. Tanto los problemas de salud mental como las drogodependencias se asocian de manera estereotipada a la agresividad, la violencia, la criminalidad y sobre todo a la no predictibilidad de la conducta. La combinación de ambos fenómenos redunda en una situación mayor de desprotección y de mayores barreras para la recuperación.

A continuación, veremos un capítulo sobre cómo desde el punto legislativo se contribuye al estigma que se genera en las personas drogodependientes.

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